lunes, 11 de enero de 2010

A modo de conclusión: Un reconceptualización del concepto "Desarrollo Sostenible"

Exponer los distintos modelos operativos del concepto “desarrollo sostenible” no es nada fácil pues aunque el término es sinónimo ampliamente aceptado de compromiso e implicación con el problema ambiental y una esperanzadora fe en la solventación del mismo, estamos tratando una cuestión cuanto menos ambigua y controvertida sujeta desgraciadamente a los intereses y manipulación de determinados sectores sociales y organismos internacionales nacidos a la luz de la globalización.
El concepto “desarrollo sostenible” emerge de dos ideas que consideramos antagónicas, lo que se ha entendido clásicamente por desarrollo como progreso, y la condición de la sostenibilidad, es decir, de la perdurabilidad temporal del mismo. Primero aclararemos brevemente la formulación teórica del concepto desarrollo, así como su posterior operacionalización en el oxímoron Desarrollo Sostenible.

Tradicionalmente el concepto desarrollo se ha ligado a la idea de progreso: nacida con la Modernidad y entendida como un continuo de mejora, un “ir a más” inherente a una sociedad industrial cada vez más “racional”, más “libre” y “mejor” en términos económicos. Tendencias definidas como irreversibles (Condorcet, s.XVIII y Gordon, s.XX). Pero no podemos olvidar que “La idea de progreso como tal, es hija de la modernidad” (Costa Morata: 2005) y que con ella debe morir. Los albores de la crisis moderna indican el fracaso actual de esa noción de progreso, tradicional que todavía perdura en muchas mentes y que tendrá que dotarse de un nuevo significado, para enfrentar los “nuevos” problemas (y no tan nuevos) que esta racionalidad irracional genera. Es el caso particular de la problemática ambiental que queremos destacar en nuestro blog.

Las consecuencias perniciosas del paradigma del progreso se van a poner de manifiesto, por primera vez, en la ya comentada obra de R. Carson, “La primavera silenciosa” (1960). Para ver un resumen de la obra, revisar nuestro apartado referente al marco teórico. A Carson le sucederán toda una serie de discursos y cumbres políticas a cerca de la problemática de la crisis ambiental, en el seno de las sociedades avanzadas y bajo el marco vigente de la noción de desarrollo, estos son: El Club de Roma (1972), Estocolmo (1972), Tbilisi (1977), Unión internacional de Conservación de la Naturaleza (1980), Brundland (1987), Cumbre de Río Janeiro (1992), Carta de Aalborg (1994), El Plan de Acción de Lisboa (1996), Protocolo de Kyoto (1997), Johannesburgo (2002) y Cumbre de Copenhague (2009).

Cada una de estas cumbres realiza una aportación en la implementación de la problemática ambiental desde el punto de vista antrópico y forjan el reto de la sostenibilidad, que como pensamos, se trata de una cuestión de supervivencia de la especie humana. En el Club de Roma es la primera vez que se plantea la posibilidad de que el crecimiento y el progreso económico “imparables” tengan unos límites, los de los recursos de la naturaleza. Es en el informe Brundland, donde se acuña la definición más conocida de Desarrollo Sostenible: “aquél desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades”. La pretensión más inmediata del informe era el hacer compatible de manera “racional” un crecimiento económico con un uso duradero del medio biofísico, hoy y de cara a las generaciones futuras. Sin embargo, estas pretensiones parecen haber quedado en el aire.
Al igual que Sachs, pensamos que “el desarrollo, para ser sostenible, ha de ser duradero en el tiempo y en el espacio, así como en lo medioambiental, (…) hablamos de “crisis de la Naturaleza” y en lo humano (…) hablamos de“crisis de la Justicia”, (o crisis moral) respectivamente. Sachs (2002: 63-68).
Sin embargo, esta noción del Desarrollo Sostenible también está relacionada con la noción de “necesidad” y de ahí, la dificultad y ambigüedad del concepto, pues es una idea que cada entidad (país, comunidad, grupo social...) tiende a definir en función de sus percepciones de qué es “lo necesario”. De ahí también, el éxito del propio concepto Desarrollo Sostenible, pues solo deja entrever unos aspectos generales del mismo, que es de naturaleza polémica y sujeto a las interpretaciones que cada sector le quiera dar. Consideramos que el Desarrollo Sostenible es un concepto eminentemente político, un planteamiento a cerca de cómo debe actuar cada sociedad, o una ideología.
Así lo ilustraban las ideas del presidente de los Estados Unidos H. Truman, en el punto IV del “Discurso sobre el Estado de la Unión” (20 enero de 1949): “El Desarrollo se encuentra en la capacidad de las sociedades avanzadas de generar bienestar a partir de las continuas mejoras técnicas y es deber de éstas ayudar a los países más pobres (llamados subdesarrollados) a alcanzar el desarrollo”.
Esta tesis que ha sido la dominante, ha supuesto una enorme traba al Desarrollo Sostenible, entendido desde la acción humana en su medio físico. Es decir, consideramos que se ha de entender el Desarrollo Sostenible como un planteamiento ideológico, lo que a nivel sociológico se traduce en las preguntas: ¿Cómo ha de ser una sociedad preservadora del Medio Ambiente?, ¿Qué es el desarrollo sostenible?, ¿Es posible?, ¿Es deseable?, ¿Cuáles son los intereses y estrategias que hay detrás del concepto Desarrollo Sostenible? ...
A este respecto, podemos buscar las raíces teóricas del concepto desarrollo sostenible en los distintos discursos que interpretan el desarrollo, como la interacción entre lo económico, lo social y lo ecológico. Según K. W. Brand existen cuatro líneas discursivas sobre el desarrollo sostenible. Brand (2000: 143-148):

1. El discurso del Crecimiento. Considera a la Naturaleza en su función netamente productiva y entiende el Desarrollo Sostenible como un crecimiento económico en red, porque solo así se crean recursos financieros con los que fomentar el progreso científico y tecnológico que, en última instancia, es la fuente de erradicación de la pobreza del mundo. Las estrategias de desarrollo que se proponen desde este discurso son fomentar el libre comercio y circulación de capitales y tecnologías y la “integración” de los “países subdesarrollados” en la Economía mundial.

2. El Discurso de la Modernización Ecológica.
Desde esta perspectiva se entiende el entorno natural como un “espacio de uso”, un bien colectivo que implica un problema, y es que los costes de su uso se externalizan, haciéndolo ineficiente. Este despilfarro hace necesaria una gestión más eficiente de los recursos del medio. La eficiencia se equipara a sostenibilidad y se trata de conciliar el crecimiento económico con la protección medio ambiente. Hablamos de un “crecimiento verde” de la economía. Esta es la estrategia adoptada por el informe Brundland. No considera la naturaleza como valor en un sí, sino desde su “valor de cambio”, como una mercancía (uso de la perspectiva antropocéntrica) y propone como soluciones posibles la regulación estatal de los estándares de emisión de contaminantes y la propia internalización de los costes ecológicos (lo que llevaría a la eficiencia). La “revolución de la eficiencia” es llegar a conseguir conciliar el crecimiento económico con la protección ambiental.

3. El Discurso de la Ecologización Estructural. Desde aquí se concibe al Desarrollo Sostenible como la necesidad de un cambio estructural en el estilo de vida occidental, tanto en pautas de producción como de consumo. Su crítica más lucida a la economía verde es que ésta no hace más que retrasar los problemas ecológicos, entorpeciendo la consecución del objetivo real del desarrollo sostenible. El valor de esta estrategia reside en el hecho de que tiene en cuenta existen unos límites en el medio natural y que la justicia social es esencial para hablar de desarrollo sostenible, que los conflictos vienen de la mano de esta globalización, por ejemplo en la escasez de agua, la división internacional del trabajo desigual, en la deuda externa, la brecha informacional...
Desde este discurso, el desarrollo sostenible implica una renuncia comunitaria a la sobreexplotación del medio natural, que implica la implementación de nuevas pautas de sociabilidad y de dotación de sentido de las prácticas sociales.

4. El Discurso del Tradicionalismo Antimodernista. El Desarrollo Sostenible consiste desde este prisma en la conservación de las culturas tradicionales animistas y comunitarias, que vivieron en equilibrio con la Madre Tierra. Es una concepción geocéntrica y sacralizadora de la Naturaleza. Solamente mediante el amor y el respeto a Ella se logrará una economía sostenible y una vida digna. Este es el paradigma de la Ecología Profunda profesado por activistas sociales del movimiento ecologista e impulsado por intelectuales.

Desde nuestro punto de vista, visto lo visto, y con lo que la historia de las sucesivas cumbres del desarrollo y la sostenibilidad nos han aportado (en gran parte papel mojado), pensamos que ante todo el concepto de desarrollo sostenible es un concepto polémico e incomodo para una estructura social y una política mundial que reproducen la desigualdad y la inequidad a nivel de convivencia entre nosotros y la Naturaleza, haciendo de la “calidad de vida” un concepto para la elite, cuando, en primera instancia, una “vida de calidad” nos la brindan cosas tan sencillas como el aire limpio y los alimentos frescos.
Algo que nos lo da el medio (y nuestra inteligencia focalizada en conseguirla), ahora, gracias a tanto “progreso”, se convierte en un bien de consumo, y cada vez más, un consumo diferencial, un lujo que pocos pueden pagar.
Pensamos que es necesario tener en cuenta todo esto -de dónde partimos- y hacer una revisión/valoración de las sociedades industriales y postindustriales del siglo XXI y así poder afrontar lo que se nos viene encima. El progreso tiene límites. Humanos y ambientales. Hemos querido incluir la revisión histórica-teórica del concepto de desarrollo para dar cuenta, en cierta manera, de que entender esto es un reto al que nos enfrentamos, y que la dificultad reside no ya en acordar cuanto debemos recortar en nuestro consumo de recursos, a nivel estatal, o mediante convenios internacionales (como ha sido Copenhague 2009).
Porque como ya hemos dicho, esto es un fracaso, una compra-venta de derechos de emisión y una puja por ostentar poder e influencia global. Esto no dejará de cambiar el clima. Seguirá engordando ciertos egos, y ensanchando la brecha entre los que viven una vida de calidad (al margen de estos problemas) y los que se contentan con malvivir en ciudades contaminadas, en contacto con residuos que desconocemos sus efectos.
Para cambiar el clima, y más en general, caminar hacia lo que llamamos desarrollo sostenible, es necesario primero cambiar nuestro concepto de desarrollo- como sistema social- y cambiar nuestras relaciones con el planeta, echando abajo la idea de que tenemos un derecho de propiedad sobre él. Realmente es aceptar que nosotras/os estamos de alquiler. Pero nos encontramos con que la raíz más profunda de toda esta cuestión radica en nuestra mente y en lo que, como sociedad, vivimos bajo el proceso de socialización: se nos educa para en la aceptación del paradigma de la dominación. Por él, nos pensamos que tenemos un derecho sobre el otro (o la Otra- la Naturaleza-) de una manera “natural”, esto es “a priori”, por el hecho de ser nosotros tan “importantes”, y aunque curiosamente nuestra importancia nos la sirve la razón, no utilizamos esta razón para pensar en la existencia, porque estamos muy ocupados/as en la acumulación. A poco que lo hacemos (hay muchos que lo hacen) nos damos cuenta de que “quizá” estamos en el camino equivocado, que corremos el riesgo de desaparecer.
Como en otras partes del blog, en esta reflexión queremos enfatizar en el hecho de que no estamos en contra de las tecnologías, ni del desarrollo sostenible como tal. Estamos conscientes del punto en el que nos encontramos, no queremos volver atrás. Queremos avanzar, sin que crezca el “ego” ni la ganancia, echando abajo el mito del progreso, sabiendo que las condiciones tecnológicas no son asépticas para el mundo que vivimos, aceptando los límites de nuestra racionalidad instrumental y dejando paso para cosas nuevas, que quizá vengan de otra parte de nosotros, que hemos olvidado y que quizá nos ayuden a conseguir un mundo sostenible y una sociedad más justa.

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